viernes, marzo 20

Los ricos también lloran... 50 años de telenovelas en México


En El Observatorio purépecha

Vaya escándalo y berrinche que han armado los medios electrónicos de comunicación (radio y TV) por la aprobación de la reforma electoral en el Senado de la república. Ya varios comentaristas han escrito sobre el maravilloso reality show que organizaron el martes 11 de septiembre (fecha con carga simbólica) los empresarios de la radio y la televisión acompañados por sus empleados los presentadores y locutores de los principales programas de tales medios.
Coincidentemente en estos días he estado leyendo el libro La Otra Guerra Secreta, Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, de Jacinto Rodríguez Munguía, publicado en la serie Debate de Random House Mondadori México. Creo que la lectura de esta obra nos permite entender mejor el fenómeno actual, las perversas relaciones que desde siempre se han dado entre el poder y los medios de comunicación en nuestro país.

El libro es el resultado de la investigación que su autor, periodista que ha trabajado en Milenio Semanal, Proceso y Emeequis, entre otros medios, realizó en el Archivo General de la Nación a partir de que se desclasificaron los archivos que durante años permanecieron como top secret de las administraciones priistas. A partir de su lectura se confirma lo que durante muchos años sólo se percibía o se sospechaba: la profunda imbricación que existía (y sigue existiendo) entre los gobiernos en turno y los medios de comunicación en nuestro país (incluyendo, desde luego, a los escritos: periódicos y revistas). (Ver aquí una nota de Lorenzo Meyer sobre este libro).
Y digo que sigue existiendo pues de qué otra forma se pueden entender varios hechos ocurridos ya sin el PRI en el poder ejecutivo: el Chiquihuitazo (que permitió a Fox cubrirse de gloria con el famoso: "¿y yo porqué?" cuando se exigía su intervención para frenar el acto delincuencial de TV Azteca al apoderarse de las instalaciones de CNI Canal 40); el decretazo mediante el cual la señora Marta Sahagún, por intermedio de su cónyuge, devolvió a los concesionarios el 12.5% del tiempo aire que estaban obligados a cubrir al Estado, como parte de sus obligaciones fiscales; la cancelación de adeudos fiscales de la Cooperativa Excélsior, claro, una vez que fue adquirida por uno de los empresarios consentidos del sexenio foxista, Olegario Vázquez Raña (quien, coincidentemente, hizo gerente de relaciones públicas del Hotel Camino Real Ciudad de México, de su propiedad, a Cristina Fox, la hija de Chente). Y así podríamos seguir hasta la aprobación unánime de la llamada Ley Televisa, que concedía a los concesionarios de radio y TV el uso, sin pago de derecho alguno, de la banda ancha que el desarrollo tecnológico posibilitó en el espectro radioeléctrico, con lo cual podrían ofrecer servicios adicionales, no contemplados en el título de concesión, incrementando estratosféricamente sus ingresos prácticamente sin invertir nada.
Lo que hace diferente a la relación actual entre los medios y el poder político a la de hace dos o tres décadas es que ahora el poder efectivo reside en los medios. La transición del autoritarismo a la democracia acotada que tenemos en la actualidad permitió que el equilibrio del poder se modificara y que cada vez sean más importantes (o al menos más visibles) los llamados poderes fácticos: los empresarios, los medios de comunicación, la iglesia, etc. Es impresionante leer en el libro de Rodríguez Munguía todas las disposiciones emitidas por la Secretaría de Gobernación para mantener los "valores" mexicanos frente a la amenaza comunista (en la que podía caber cualquier cosa que no gustara a los personeros del régimen) y las medidas utilizadas por las autoridades para garantizar la obediencia de los medios. Pero igualmente reveladoras resultan las evidencias duras de la anuencia y aun el gusto de los dueños de los medios y de gran parte de los periodistas por congraciarse con el poder. De alguna forma me hicieron recordar la película La vida de los otros, en la que se develan los mecanismos de control aplicados por la Stazi, la policía política de Alemania del Este, pero también la colaboración que muchos ciudadanos le prestaban para denunciar a quienes pensaban o actuaban de manera diferente a la oficial.
Y como los dueños de los medios de comunicación sienten que ahora son ellos quienes tienen el poder no soportan que se insurreccionen los legisladores y se atrevan a atentar en contra de sus multimillonarias ganancias, por lo cual han puesto el grito en el cielo y una campaña "por la libertad" en sus pantallas. De ahí la histeria que vemos, sobre todo en TV Azteca, en donde uno de los principales amanuenses, Sergio Sarmiento, llama a una cruzada nacional por la libertad y exige un referéndum, claro que dando un tiempo prudente para que las manipulaciones electrónicas puedan surtir efecto. Y ahí tenemos a Joaquín López Dóriga (a quien el oligofrénico Pedro Ferriz no se atrevería a llamar Joaquín López) convertido en un ardiente defensor de la libertad, sí pero de la libertad de sus patrones para seguir esquilmando y "entreteniendo" al pueblo mexicano.

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