viernes, marzo 20

Cuando hay que hacerlo, hay que hacerlo




Cosa difícil para un periodista hablar (mal) de algunos medios o de algunos colegas. El clásico aforismo propone que “dos aleznas no se pican” o, más chabacanamente: “Perro no come perro”.

Pero cuando hay que hacerlo, hay que hacerlo. Hay que armarse de valor y hacerlo.

Y lo hizo el periodista Jacinto Rodríguez Munguía, luego de varios años de hurgar en las entrañas del Archivo General de la Nación, donde está guardado un buen trozo de la historia reciente de México, no la de los libros de texto, sino la de los reportes de inteligencia y los partes de seguridad.

El resultado de sus varios años de investigación (que se me ocurre que parecen la labor de un minero metido todo el día en el socavón, a la espera del destello dorado que revela el filón de oro) acaba de ser editado por Random House, con el nombre de La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder.

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Durante la era de las dictaduras que padeció América Latina, metida con calzador en los vericuetos de la Guerra Fría, México presumía de tener un gobierno civil, democrático y de libertades.

Bueno… civil sí era.

Pero el control que ese gobierno supuestamente democrático y de libertades tenía sobre la prensa era digno de las más férreas dictaduras conosureñas.

Como señala Jacinto Rodríguez en la presentación de su libro: “Entre 1960 y 1980 América Latina vivió una larga noche de dictaduras, la mayoría de corte militar con consecuencias que hasta ahora se conocen: miles de detenciones, desapariciones, torturas y crímenes de lesa humanidad. En esos años en México el Partido Revolucionario Institucional presumía un gobierno civil y en democracia pero, al final de esa noche, con el mismo saldo: detenciones, desapariciones, torturas y crímenes de lesa humanidad. En ambos casos (gobiernos militares y priista) esto fue posible con la presencia/ausencia de un grupo social clave: los medios de comunicación.

Para el caso de México, ésta relación sería concebida por el gobierno como una tiranía invisible”.

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Sabemos que los presidentes priistas, prácticamente todos, ejercían presión sobre los medios de muchas maneras: el otorgamiento o no de publicidad, los subsidios, las concesiones del espectro radioeléctrico o, más sencillamente, el flujo de papel a través de la Productora e Importadora de Papel (PIPSA).

El libro de Rodríguez Munguía detalla esas presiones y otras, provenientes del chantaje, del espionaje, de la intercepción de llamadas telefónicas, de los informantes…

Pero, lo que es peor, el libro también da cuenta de aquellos profesionales de la comunicación que se sometían voluntaria y gustosamente al yugo de la censura, tal vez en busca de reconocimiento o palmaditas en la espalda.

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Cómo me gustaría que Jacinto Rodríguez Munguía usara la información que ha obtenido del AGN, en todos esos años de investigación, para elaborar esa otra gran historia que los mexicanos del siglo 21 estamos esperando (y, por favor, no me citen el libro de Jorge G. Castañeda): la de las entrañas de la Guerra Sucia, la de los grupos guerrilleros, sus orígenes y motivaciones y que respondiera la gran pregunta: ¿cómo se financiaban?

Ahí, don Jacinto, como cosa suya, ¿no?

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